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Residencia: Tesoros del Cerro Andacollo, Coquimbo - 2019 Residente: Claudia del Fierro
Publicado: 28 de noviembre de 2019
El último lavador de oro

Nos levantamos muy temprano para salir, pero el sol está pegando fuerte igual. Preguntamos en el paradero de los taxis quien conoce el lugar donde está trabajando don Oscar Malebrán y después de algunas indagaciones un señor acepta llevarnos; …¨es por la salida hacia Los Negritos, por donde hay varias plantas abandonadas, caminando hacia el cerro, hay que fijarse, es por donde se ve un montón de tierra, por ahí debe ser¨…nos indica.

Hemos conocido a don Oscar el domingo pasado cuando lo visitamos en el Club de rehabilitados alcohólicos Nueva Esperanza, que él dirige. Nos hemos acercado a él con curiosidad porque nos han contado que aún practica el lavado de oro a la antigua usanza. Además, don Oscar es muy activo en la vida de Andacollo y participa de muchas instancias como la Cámara de Turismo y el Consejo consultivo del hospital, sin duda un referente.

Al subir por un sendero, a unos 500 metros de la carretera, encontramos el terreno de don Oscar. Nos recibe el Flaco, un perrito que llegó hace poco a refugiarse aquí en busca de comida. El terreno está en la parte alta y mira hacia el oriente.  A lo lejos vemos los observatorios de Collowara y el Tololo. Una construcción techada protege del sol y un jardín de cactus, arbustos y árboles lo rodean. De un lado la faena de lavado y de otro la misteriosa entrada al pirquén.  Don Oscar nos esperaba y estuvo haciendo tierra desde temprano. Hablamos un rato y se prepara inmediatamente para mostrarnos el proceso del lavado. Ya habíamos preguntado si lo podíamos registrar en imagen y sonido, y preparamos los equipos. Ya está lista la ¨cuncuna¨ nos dice riendo, otros le llaman batea, pero para mí es la cuncuna –y la mece suavemente. Se mueve rápido a pesar de lo pesado del trabajo. Primero moja la tierra y la revuelve con pala en la cocha, un tambor partido por la mitad donde se hace el barro. Luego saca el barro en una olla mediana y la va tirando al harnero; la tierra más fina cae a un peinecillo abajo donde se va colando y la mayor parte del orito se acumula. A mano se mueve la cuncuna y con el agua se va lavando la tierra. La arena pasa por tres pisos más donde va quedando lo más fino. Las piedras se van dejando aparte. Es un proceso lento. Acompañamos a don Oscar mientras lava y nos va mostrando las piedras que va dejando aparte porque tienen metal. Hace una pausa y va a buscar algo. De un estuche saca una bolsita aterciopelada con un tubo donde guarda el oro que ha acumulado en este último tiempo. Es cierto lo que dicen, el oro no brilla, es más bien un polvito opaco que comprime y luego funde. Don Oscar nos cuenta cuanto tiempo necesita para sacar un gramo y lo que vale en el mercado, aunque si lo vendiera fuera de Andacollo probablemente sacaría mejor precio. Luego lo guarda meticulosamente. ¿Quieren entrar a mirar?

Don Oscar se pone su capacho en la espalda y lo seguimos, adentrándonos en el cerro. Con su lámpara de carburo nos guía por los túneles que él mismo ha cavado durante los 12 años que lleva trabajando este sitio. Bajo la tierra del cerro es húmedo y fresco, vamos avanzando lento, con cuidado para no tropezar en la oscuridad. Trato de no pensar en catástrofes y sigo apuntando la cámara de video hacia adelante, a la cálida aureola de luz que nos guía por el túnel de roca. Respiro hondo, tengo un poco de claustrofobia. Llegamos al fondo y don Oscar se detiene. Aquí estoy trabajando ahora, nos dice. Deja el capacho sobre una roca grande y comienza a llenarlo de tierra con la pala. Por fin se sienta un rato y comenzamos a conversar. La luz naranja y el silencio nos llevan a otra dimensión. Don Oscar reflexiona un rato y veo emoción en su rostro. Yo trabajo así, a la antigua, nos dice, como me enseñaron mi papá y mi hermano mayor. Yo había visto como lavaban y mi papá no quería que me dedicara a esto, pero un día, al regresar del norte, me puse a trabajar con ellos y he seguido hasta ahora. Ya no están, este trabajo es duro y afecta la salud. Su hermano estuvo en Taltal el último tiempo, con una buena pega allá, pero le ocurrió un accidente. Así es esto, no dice. Don Oscar trabaja con herramientas artesanales, excepto la pala, todo lo ha confeccionado el mismo. No usa máquinas, hace todo a pulso.

Protegidos por la tranquilidad del cerro escuchamos atentos mientras don Oscar nos cuenta la historia de su familia. Sus abuelos estaban en el norte cuando se cerraron las salitreras. Mucha gente quedó sin trabajo, gente que trabajaba por comida, viviendo al día. Entonces su abuela escuchó sobre la fiebre del oro y partieron a Coquimbo en un vapor, con muchas otras familias. Traían lo puesto y les contaron de unos albergues en La Serena. Pero no había tales albergues, la gente dormía en la calle, apenas había algo para comer una vez al día. Entonces salieron al camino en esta dirección y consiguieron que un carretón los trajera hasta Churrumata, que entonces era un pueblo. En Churrumata los acogieron los lugareños, les dieron alimento y un lugar donde acampar. No sabían nada del oficio, pero con el tiempo les enseñaron a lavar. La gente de Churrumata era buena y sabían muy bien todo el trabajo del oro. Ahí llegaron bien, y lograron salir adelante. Con el tiempo la familia se estableció en Andacollo, en la Población Obrera, en tiempos difíciles, con el hacinamiento había pulgas, chinches. Mis abuelos y mis padres tuvieron una vida dura, llena de sufrimiento y hambre. Por eso don Oscar no tiene apego con lo material. Trabaja para aumentar la jubilación, que no alcanza, pero no se interesa por tener vehículo ni comprar cosas. Todas las mañanas llega en bicicleta a trabajar y el resto del tiempo lo dedica a sus actividades en las distintas organizaciones sociales, para ayudar a la comunidad.

Levantamos los equipos y partimos de vuelta, siguiendo a don Oscar con su capacho lleno. Antes de partir nos muestra la Virgencita que tiene afuera en su comedor. La Chinita cuida aquí. Esta imagen pequeña estaba adentro de la mina y hubo un derrumbe. Después apareció intacta, por eso ahora la tengo aquí afuera, junto a la imagen grande. Nos despedimos y vamos de vuelta. Ya es mediodía y dejamos a don Oscar seguir con sus labores. Caminamos a Andacollo y el sol está fuerte. Entramos por detrás del estadio y pasamos a la feria de las pulgas, que se pone todos los jueves. Compramos churrasca con mantequilla y nos vamos caminando al centro.

 

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