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Residencia: Llegó de Melinka Melinka - Centro Cultural Ascención, Aysén - 2019 Residente: Paulina Martínez Marín
Publicado: 7 de febrero de 2020
El electrocuranto

Parlantes enormes a la orilla de la playa. En el cielo azul aparece un dron, luchando contra el viento. Bajo el sol radiante, unas señoras con pañuelo en la cabeza, preparando un hoyo en la arena. “Vamos a hacer un curanto”, dicen. Paradójicamente, lo cavan frente al cementerio.

 

Mientras, desde el muelle comienza a migrar una gran masa, eufóricos por la competencia de la pesca milagrosa. Aquí los peces son de verdad.

No es tan corta la caminata, es un buen recorrido por la costanera. Vamos con la Cecilia, que en cada paso encuentra a quien saludar. “Apúrense, hay que asegurar el ticket”, que el plato de curanto es con preventa. No podemos quedar fuera, porque hoy todos van a participar. Llegamos y hay unas sopaipillas con pebre esperándonos, junto a un ejército de termos, alistados para la gran mateada familiar.

 

Hierve el agua, a punto, como corresponde. Corre el mate, siempre a la derecha. Se habla de barcazas, de marea roja y, con unos decibeles menos, de lobo marino. Sin ese mate los integrantes de esa mesa probablemente jamás se podrían encontrar.

 

Pasan las horas, el cielo va tomando tonos naranjos. “Quiero comer curanto con chapalele”, se escucha a través de los parlantes. Llegan las familias con sus platos, llegan los perros con sus colmillos, todos apostadas alrededor.

El curanto no está listo, tienen que esperar. Pero el cronograma sigue, el dj ya viene, el tiempo no va a parar. “El curanto, el curanto…”, suena otra vez. Ya está cayendo la noche, aún falta cocción. Platos y perros vuelven a apostarse, en un círculo de vapores y olor a caldo. De pronto, unos beats inundan el lugar. Es un techno del cambio de milenio, de esa época en que el mundo se iba a acabar.

Finalmente está lista la comida, comienzan a servir. Salen mariscos, corren los chapaleles, es una tradicional postal chilota, una escena chilonkana, pero entre luces de colores y con un ritmo peculiar. Curanto con música electrónica, “¡esto es algo inédito en Melinka!”, se escucha a través del micrófono. Rompiendo esquemas tal dj Katia en su isla, 20 años atrás. Me pregunto si Sabatini había escuchado de Melinka en esa época. Y si habrá pensado que su teleserie, luego de dos décadas, seguiría siendo tan contingente y veraz.

 

¿Esos residentes del cementerio, ahora iluminado de múltiples colores, habrán imaginado esta realidad? ¿Habrán querido un poco de ese electrocuranto? O ¿preferirán seguir en ese silencio inmortal?

 

Hoy apareció ese pequeño y anhelado espacio, de coexistencia entre tradición y modernidad. Presente solo en un vórtex del año 2000, quizás.

 

Pilar

 

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