Fuimos a la XIII Fiesta Costumbrista el Luche y el Ciprés Repollal Alto 2020 a rematar el fin de semana. Todavía casi no conocía Repollal y su vegetación baja y frondosa pero de textura seca me llamaba la atención, diferente de otras islas del archipiélago, abrazada entera por gigantes Nalcas y playas mansas.
En el lugar había en actitud e identidad, fiesta austera y auténtica, un domingo muy soleado, y con mucha gente aunque mucha menos, decían, que el día anterior. Cazuela de cholga, handrolls, curanto, empanadas de marisco, terremoto, mote con huesillos, cerdo al palo. En uno de los puestos de comida había algo único dentro de lo único: vendían, además de comida, dibujos a 300 pesos.
El artista era Bryan, un niño tímido y admirable, de unos 10 años, con la valentía tan difícil de encontrar (no en las Guaitecas sino en el mundo) de sentarse a vender y compartir sus dibujos, su verdad distinta en mitad del universo. Como nos interesamos en su trabajo nos abrió las puertas a su realidad y conversamos largamente. Le compramos por $300 su última creación. Compartí con él mis cuadernos de dibujos porque él compartió los suyos. Me contó de su familia, de las historias de los fantasmas y las criaturas imposibles del archipiélago. Un toro con un solo cuerno que vivía en la isla de enfrente, el Trauco, la Pincoya, el Caleuche. También me contó de las cosas inexplicables que había visto y que ni sus abuelos y ni sus padres tenían historias, sus propias visiones sobrenaturales. Hablamos de la magia de los dibujos, de los sueños, la imaginación y la realidad, de Minecraft y de Sonic, el erizo, su héroe y protagonista en la mayoría de sus dibujos. Cuando no entendíamos algo de lo que decía el otro, lo dibujábamos para explicarnos. Se nos ocurrió que en esta isla podía vivir una versión única de Sonic: “Sonic el Erizo de Mar”, rojo o anaranjado, con espinas largas y peligrosas. A veces imaginamos cosas que nos pueden dar mucho miedo, o emocionarnos, o darnos paz.
Más tarde volvimos a encontrarnos, justo antes de tomar el bus de vuelta a Melinka, y yo estaba dibujando personas caminando, sentadas o de pie. Bryan llegó con una boina y le pregunté qué quería que dibujara. “A mí” me dijo y se puso quieto y de pie, posando serio en mitad de la tierra. Le regalé el dibujo, y el bus estaba partiendo. No sé si estas palabras sirven para comunicar lo importante que fue ese momento, lo importante que fue conocernos para la vida de los dos. Pero aquí están, aquí estarán y fue testigo el sol hundiéndose en el mar.
Santiago