El día sábado 9 de noviembre llegamos a Panquehue. Llegamos atravesados por el acontecer nacional. En la carretera CH-60 son visibles, en cenizas las huellas de barricadas y colgados lienzos que dicen entre otras escrituras: nos han quitado tanto que nos han quitado hasta el miedo.
Mientras viajamos nos enteramos que un joven de 21 años ha perdido un ojo y su segundo ojo peligra, hecho que ocurrió durante las manifestaciones en la Plaza Italia de Santiago el viernes 8 de noviembre. Me llega una imagen que se cuestiona ¿Qué tanto vio Gustavo Gatica para que el estado lo cegara?
Me despierto esta mañana temprano, y algunos de los primeros pensamientos, son para él. También me alegro de ver a Micaela, a mi lado cumpliendo su onceavo mes, ella que recibe todo con una apertura extraordinaria.
Me levanto, tomo la cámara y registro esta nueva casa, donde viviremos por tres meses. Me asomo a las ventanas, entra el sol. Y mientras hago el recorrido por su interior pienso en la primera vez que me cambié de casa, que coincidió con cambio de país. Esa llegada a Chile post dictadura, a vivir a mi país o lo que se suponía era mi país. Y hoy, 30 años después, cansado de tanto esperar la promesa de alegría que no llegó, estalla. Estalla con fraternidad, con el deseo de estar juntos, con esperanza de un territorio justo. Y en ese contexto llegar a Panquehue, justamente a estar para producir en el encuentro humano, donde los saberes se potencian en el estar juntos, en el escucharse, en el respeto a nuestras diferencias.
Y vuelvo a los ojos de Gustavo. El horror. La crueldad. Arrancar los ojos es la imagen irracional de creer que uno puede prohibirle al otro ser.
Será duro el camino pero Gustavo seguirá viendo. Será largo el camino pero luego nos sentaremos y sabremos que construimos un país digno.